○ USO DE LA PALABRA
El uso de la palabra
Lo que no hemos sabido hacer es usar la palabra. Muchos quieren aprovechar las redes sociales para hacer bonito pero terminan haciendo feo. Deliberadamente algunos las usan de manera ofensiva: unos de frente; otros, escondidos bajo un seudónimo. Ante el miedo de algunos o la rabia de otros: muchos expresan risa “Jajajá” sin medir (o midiendo, vaya usted a saber) el efecto en el estado de ánimo del amiedado o del enfurecido.
Lo que queda claro es que han primado el insulto y las ganas de reventarle en la cara al otro su ignorancia o su fanatismo; su voto por el Sí o su voto por el No; el Nobel merecido o inmerecido.
Ante el ánimo desconcertado, entristecido o enfurecido muchos reciben una burla por respuesta cuando quizá, antes, ellos habían sido burladores.
Muchos aseguran que las palabras violentas, ofensivas y humillantes son las de los “otros”, sin reflexionar que algo parecido han podido ocasionar sus propias palabras. Lo único que por el momento tenemos claro es que Colombia está fracturada y dos opciones polarizaron no solo al país político y social, sino al país moral: cada bando se considera con superioridad moral sobre el otro... (¡ah perdidos que estamos!). El mismo día que unos iban de blanco, los otros guardaron luto.
No se pueden seguir exaltando los ánimos. Tenemos que esperar a que las cosas se enfríen porque las decisiones en caliente siempre serán equivocadas. No podemos olvidar que siempre, en cualquier acción humana, algo se pierde y algo se gana; que los extremos siempre son dañinos, que el mundo real está compuesto por la más variopinta clase humana con la que tenemos que convivir, y que cada uno de nosotros es el “variopinto” de los otros; nadie se puede creer de mejor familia que otro.
Si alguno se jacta de no haber nunca accionado un arma, podría revisar si sus armas han sido las palabras humillantes con las que ha golpeado al otro por su “ceguera”.
No olvidemos que hemos sido sometidos, como nunca, a un bombardeo emocional que ha opacado la argumentación racional. Es el momento de la mesura porque mientras más bobadas digamos, más se desfigurarán los ánimos de las personas que en este momento tienen que tomar decisiones profundas que nos afectarán a todos.
Lo que no hemos sabido hacer es usar la palabra. Muchos quieren aprovechar las redes sociales para hacer bonito pero terminan haciendo feo. Deliberadamente algunos las usan de manera ofensiva: unos de frente; otros, escondidos bajo un seudónimo. Ante el miedo de algunos o la rabia de otros: muchos expresan risa “Jajajá” sin medir (o midiendo, vaya usted a saber) el efecto en el estado de ánimo del amiedado o del enfurecido.
Lo que queda claro es que han primado el insulto y las ganas de reventarle en la cara al otro su ignorancia o su fanatismo; su voto por el Sí o su voto por el No; el Nobel merecido o inmerecido.
Ante el ánimo desconcertado, entristecido o enfurecido muchos reciben una burla por respuesta cuando quizá, antes, ellos habían sido burladores.
Muchos aseguran que las palabras violentas, ofensivas y humillantes son las de los “otros”, sin reflexionar que algo parecido han podido ocasionar sus propias palabras. Lo único que por el momento tenemos claro es que Colombia está fracturada y dos opciones polarizaron no solo al país político y social, sino al país moral: cada bando se considera con superioridad moral sobre el otro... (¡ah perdidos que estamos!). El mismo día que unos iban de blanco, los otros guardaron luto.
No se pueden seguir exaltando los ánimos. Tenemos que esperar a que las cosas se enfríen porque las decisiones en caliente siempre serán equivocadas. No podemos olvidar que siempre, en cualquier acción humana, algo se pierde y algo se gana; que los extremos siempre son dañinos, que el mundo real está compuesto por la más variopinta clase humana con la que tenemos que convivir, y que cada uno de nosotros es el “variopinto” de los otros; nadie se puede creer de mejor familia que otro.
Si alguno se jacta de no haber nunca accionado un arma, podría revisar si sus armas han sido las palabras humillantes con las que ha golpeado al otro por su “ceguera”.
No olvidemos que hemos sido sometidos, como nunca, a un bombardeo emocional que ha opacado la argumentación racional. Es el momento de la mesura porque mientras más bobadas digamos, más se desfigurarán los ánimos de las personas que en este momento tienen que tomar decisiones profundas que nos afectarán a todos.
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